Cuentan que Abderramán I, antes de ser califa, anduvo
errante por el desierto del Sahara con su criado Bedr y su perra "Habla".
El hambre fustigaba con frecuencia al ommíada fugitivo y comían
dátiles o demandaban pan de las caravanas trashumantes.
Escucha, o bien, dale al botón para pararlo:
Un día "Habla" presentóse con una perdiz que acababa de matar Abderramán, la colmó de caricias y la obsequió con los despojos; la perra pareció entender a su amo, pues al día siguiente un gran trozo de venado era conducido ante el fugitivo, pero "Habla" venía herida, presentando dos zarpazos horribles en sus patas.
- Esta ha luchado con una fiera - dijo Abderramán.
Curó a su fiel compañera. Pocos días pasaban, en cuanto
estuvo buena, sin que "Habla" no tornara junto a su amo, llevando, como
presas, conejos, perdices, codornices, gallinas, etc.
Un día, la perra llegó huyendo, varios árabes la perseguían y
se tumbó a los pies de su amo.
- Dame el pato que acabas de coger, mala pécora, y vosotros
disponeos a pagar - dijo el más anciano de aquellos cazadores.
"Habla" entretanto gruñía, pero no bíen habían
traspasado los linderos del oasis, cuando la perra corrió con velocidad
vertiginosa, apareciendo a poco con el pato y meneando alegremente su cola; la
presa había sido ocultada para despistar a sus perseguidores.
Cuando Abderrahmán I desembarcó en Almuñecar, vino
acompañado de Bedr y de "Habla" y al morir ésta la enterró en sus
jardines de Córdoba, poniéndole el siguiente epitafio: "Loor a Alah,
compañera de penas, me quisiste cuando era pobre, justo es premiarte cuando soy
rico".
Cuento escrito por Joaquin Santisteban.
Publicado el 11 de marzo de 1931
en La Crónica Meridional.
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