
Escucha, o bien, dale al stop
Debido a su dedicación desde la adolescencia, ganó el respeto de los expertos que la vieron actuar en los principales coliseos de América y España. Estos la consagraron, según el diario El Faro en 1922, como "una de las más bellas esperanzas de la escena española".
Seis años antes contrajo matrimonio
con un señor que se apellidaba Verdugo - menuda broma del destino -, pero meses
después se separó de él "por incompatibilidad de caracteres y de común acuerdo".
Así constaba en el documento que firmó el hombre .
A pesar de que la pareja llegó a
un entendimiento - ella tenía que pasar la cuarta parte de sus ganancias -, se
opuso a que dedicara su vida al teatro y el hombre facilitó una pensión para
que la actriz pudiera alimentarse; al verse obligada a ir en busca de Carlos Verdugo en
varias ocasiones y a consecuencia de los malos tratos por los que fue condenado
en abril de 1920, presentó una demanda de divorcio .
Una sentencia firme de
la Audiencia permitió que Robles regresara a los escenarios. Aquel hecho supuso el enfado de su esposo, quien en varias cartas amenazó
con quitarle la vida.
Para colmo, en el Diario
de Almería del 7 de febrero de 1922 se dio cuenta de las dificultades por las
que pasó la joven actriz: "contratada Conchita por la
compañía Tudela-Monteagudo fue detenida, a petición de Verdugo, en la estación
de Aranjuez, siendo trasladada a Madrid, y conducida a la Dirección general de
Seguridad, donde, una vez informados de la sentencia de la Audiencia, fue puesta
en libertad".
Un mes antes de aquello, Carlos
Verdugo hizo honor a su apellido al arrebatar la vida de Concha Robles en el
Teatro Cervantes de Almería. Disparó varias veces a la mujer cuando fue a cambiarse
de ropa para su papel en la obra "Santa Isabel de Ceres". Además de
ella, también perdió la vida el cartelista Manuel Aguilar, de 16 años, puesto
que la actriz se colocó tras él, al creer que su marido no dispararía.
La joven regresó al escenario y
se derrumbó sobre él, pero el público no fue consciente de la gravedad de la
situación hasta que Aguilar apareció y dijo que, lo que estaba ocurriendo, era
tan real como la vida misma. Al poco, el niño se desplomó delante de la primera
fila de butacas.
Transcurridos unos días, el
director de la compañía de teatro, José María de Monteagudo, expresó su dolor
en Diario de Almería: " ¡Oh, noche del sábado, que la fantasía de los
poetas convirtieron en noche de brujas y de sortilegios. Tu leyenda acabó para
nosotros entrando en una realidad terrible y fría, para nosotros tu noche será
la noche del llanto, del dolor, de la amargura; natural herencia de la calumnia
y del crimen".
No sabemos si será verdad, pero
dicen que en el Teatro Cervantes se escuchan ruidos extraños. Además - esto sí
que lo hemos experimentado -, hay cambios bruscos de temperatura en algunos
puntos del mismo. La leyenda está servida, sin duda.
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